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Mateo Ruiz – Mambillo

A lo lejos, sobre un burro cansado, viene del monte. Trae una carga de leña y el pasto para el animal. A un lado del sillón del burro una mochila de mallas hecha por el mismo y dentro unas 6 yucas frescas, al otro lado una ahuyama en otra mochila un poco más vieja.

La primera impresión que daba Mateo Ruiz, Mambillo al conocerlo era la de un señor muy alegre, trabajador incansable y dueño de una picardía criolla repelonera y única que se inventó sin proponerselo.

Era vecino del barrio abajo en la calle central cerca del cementerio. Vivía con Fernanda, una de sus hermanas y con varios sobrinos. Mateo andaba solo pero no estaba solo, era el alma errante más alegre que caminó sobre nuestra tierra.

Tenía una particularidad, que lo hacía aún más único: no tenía nariz. Solo el par de huecos por dónde respiraba pero eso aún lo hacía resaltar, porque cuando se regalaba la dicha de tomarse una botella de ron blanco y se entonaba, hacía sonidos de burro chiflando con vientos bien imitados que nos hacía reír y ejecutaba su peculiar manera de bailar dónde mezclaba, un paso adelante y tres pasos atrás, levantando al compás una de las piernas y girándola en el aire.

Todos sabíamos algo de Mate Mambillo, pero yo quería saber aún más. Y la ocasión fue precisa cuando llegó hasta mí casa donde funcionaba la panadería Don Chicho, los viernes que llegaba temprano del monte, se sentaba en una mecedora de plásticos blancos y azules y pedía una galleta punto de guayaba y una chicha de arroz con esencia de Kola.

Algo que era de Mambillo: «tomaba los líquidos por un costado de su boca». La que arqueaba y asomaba para echarse un trago e incluso lo hacía cuando tomaba ron.

Le pregunté si en verdad había perdido la nariz en una riña… Y esto me dijo:

-eso fue en un baile de por allá arriba (sic) y alguien se echó un peo y como yo era el único que estaba bailando borracho, dijeron que yo había sido y se formó la puñera y a mí me pasaba el puño, usaba yo el hacha y tenía el brazo nacido, el corta leña y tenía mucho brío y bastante cayeye y en eso me cayeron 2 encima y uno me clavó un mordisco y me arrancó la nariz y como que se la tragó porque en medio del sangrero, la salí buscando, y no la conseguí, pero me llevaron al hospital y no hubo ya remedio…

Ahí Mate Mambillo perdió, y también se ganó su gracia.

En otra de las ocasiones me contó que acostumbraba ir en caravana a Cartagena en burro a vender manteca de cerdo, pescado frito y bolas de chocolate y al día siguiente regresaban y él traía manteca negrita que vendía o intercambiaba por medio del trueque entre varias tiendas, una era la de Ana Torres en la calle Santa Rita. O la Botica de Socorro diagonal a la casa del Dr. Morales. Y cuando quería un pantalón o una camisa, cambiaba su mercancía por un corte de tela en las tiendas de la plaza.

Mambillo, dicen que murió con más de cien años. Fue uno de los que vivió todo el siglo 20 y de seguro ha de haber conocido a los Pileles, porque una vez me dijo que con su disfraz de la Caballita (que constaba de una jaquima de burra, aun con olor a burro muerto) con la que corretió a un poco de gente en carnavales, se hacía acompañar de dos hermanos de los Chachú (los Pérez ) que también eran los mismos Gaiteros de los Pileles.

Mateo también hizo parte de la danza de los negros e integró también la danza de los Toros de Repelon, pero según él se salió en la época en que mataron a un policía cachaco, que era alcalde en la época de Rojas Pinilla, en una noche oscura en calle Cartagena..

En sus últimos años lo vi entero, con pelo blanco, que contrastaba con su piel tostada, vestia de pantalón gris claro y una camisa blanca al hombro y aún saludaba como sus primeros días.

Mate Mambillo fue historia viva y hoy lo recuerdo porque quedan pocos viejos para que nos echen el cuento de lo sano y unido que fue el pueblo.

Un viernes de junio, lo recuerdo bien porque pasaban muy seguido por las calles, los carritos de los helados de las fiestas patronales y se había metido ya el invierno, particularidades de nuestro junio, y porque también teníamos de conversación, entre los pelaos, que nos teníamos que ir temprano a apartar los puestos en la corraleja, y recuerdo bien claro, que en una de sus visitas a la panadería de mi casa, frente al cementerio, le pregunté a Mambillo por los toros de su infancia y me dijo:

-antes la corraleja se hacía en el playón de la plaza. Justamente en el centro del pueblo. Era el espacio más limpio y plano que había en Repelón. No se hacían palcos y se echaban eran las vacas más bravas de los hacendados o ricos del pueblo, de los Escobares, de los Morales, de los Orozco, de la familia de los Jiménez, de los Solano y un seño de Villa Rosa que pagaba casi siempre la banda para el fandango, eso sí… No faltaba el fandango al frente de la iglesia que no tenía las torres todavía, esas torres se hicieron después y hasta un reloj tenía y venía un técnico a hacerle mantenimiento (servicio técnico) nos poníamos ese poco de pelaos a ver las vacas bravas a embestir la gente, y siempre se hacían después de la misa y la procesión, y las bandas ahí , música de banda todo el día y toda la noche, las mujeres con las velas… después de la bendición al pueblo venían los toros, que era cuando ya el pueblo con la bendición hacia las fiestas… Ojalá y eso no cambie y más bien deberíamos tener dos fiestas porque también es importante la de San Benito. La del santo de los negros es más importante porque aquí somos más de familia de negros, como la mía…